¡A concursar, se ha dicho...!

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Con motivo del Día Internacional de las Bibliotecas Escolares, el equipo de la biblioteca ha puesto en marcha un pequeño concurso literario para entonar mentes descubriendo el nombre del autor y título de una serie de fragmentos de obras literarias famosas.

Mostramos aquí, en formato web 2.0, los textos y las imágenes que están expuestas en el Instituto para que los alumnos y profesores se animen a descubrir los libros seleccionados. Todos los textos van acompañados de una imagen, un grabado en color o en plumilla y tinta, donde aparecen los personajes o lugares principales de los mismos.

Pon en práctica tus conocimientos de educación documental. Indaga a través de los nombres de personas o lugares que aparecen en los fragmentos, utiliza buscadores on-line para abrir horizontes, utiliza como descriptores palabras y pequeñas frases que te permitan llegar a una primera conclusión y luego, con la información obtenida, descubrir el nombre del autor y de la obra.

¡Ánimo! Sherlock Holmes, Hercules Poirot o Mrs. Marple a buen seguro lo tuvieron más difícil. Deja tu nombre -y curso, si perteneces al IES- en un comentario. ¡No te fíes de otros, nunca se sabe dónde está la verdad de las cosas!


1



- ¡Ojalá despierte entre mil tormentos! -exclamó él entonces, con espantosa vehemencia y en un brusco acceso de furor-. Ha sido falsa hasta el fin... ¡Oh, Kathy! ¿Dónde estás? ¡Estoy seguro de que no te encuentras en el cielo! ¡No puede ser!... Dijiste que no te importan los sufrimientos. Pues bien, yo te conjuro: ¡Que Dios no permita tu reposo mientras yo viva! Si es cierto que yo te maté, persígueme. ¡Hazlo!Tortúrame, castígame hasta que enloquezca, pero no me dejes solo en este abismo. ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡Y mi vida eres tú!

Apoyó la cabeza contra el árbol y cerró los ojos. No parecía un hombre que sufre, sino una fiera acosada cuyas carnes desgarran las armas de los cazadores. En el tronco del árbol distinguí varias manchas de sangre y sus manos y frente estaban manchadas también. Escenas idénticas a aquélla debían haber sucedido durante la noche. Más que compasión, sentí miedo, pero me era penoso dejarle en aquel estado.


2


BRUJA primera -Estás airada, Hécate. ¿Qué pasa?


HÉCATE-¿Y no hay motivo, viejas harapientas? Pues, ¿cómo habéis tenido la insolencia de tratar con […] para moverle con enigmas y pláticas de muerte y yo, divinidad de vuestros ritos, y secreta urdidora de perjuicios, nunca he sido llamada a tener parte ni dar gloria y honor a nuestro arte? Y lo peor es que sólo habéis logrado trabajar al servicio de un reacio, rencoroso y brutal que, como todos, no os ama más que en beneficio propio. Ahora, pues enmienda os corresponde, partid y, junto al pozo de Aqueronte, buscadme de mañana, que allí mismo él irá a preguntaros su destino. Aprestad los calderos, los encantos, los conjuros y todo lo obligado. Asciendo al aire: pienso dedicar esta noche a un propósito fatal. El día grandes cosas nos anuncia. Ahora pende de un cuerno de la luna una gota espumosa de gran magia; me he propuesto cogerla cuando caiga. Destilada por métodos ocultos, invocará a espíritus astutos que, en virtud de su equívoca ilusión, le hundirán en la ruina y perdición. Despreciando la muerte, el propio sino, confiará sin temor, piedad ni juicio: La despreocupación, lo sabéis ya, es la gran enemiga de un mortal.



3



  • Ya le he explicado por qué suspiro-dijo el hombre-. Temo que mi salud está empeorando; y, como ha dicho usted mismo, morir e irse al infierno es una desgracia para cualquiera. En cuanto a venderla tan barata, tengo que explicarle una peculiaridad […] sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción. Si se vende por lo mismo que ha pagado por ella , vuelve a su anterior propietario como si se tratara de una paloma mensajera.


4



Hay que advertir que no había absolutamente nada de particular en el llamador de la puerta, salvo que era de gran tamaño: hay que hacer notar también que lo había visto, de día y de noche, durante toda su residencia en aquel lugar, y también que poseía tan poca cantidad de lo que se llama fantasía como otro cualquier hombre de la ciudad de Londres, aun incluyendo -la frase es algo atrevida- las Corporaciones, los miembros del Concejo municipal y los de los Gremios. Téngase también en cuenta que no había dedicado un solo pensamiento a Marley desde que aquella tarde hizo mención de los siete años transcurridas desde su muerte. Y ahora, que me explique alguien, si puede, cómo sucedió que , al meter la llave en la cerradura, vio en el llamador -sin mediar ninguna mágica influencia-. no un llamador, sino la cara de Marley.


5




Se había acomodado ante la ventana, contemplando el oro llameante de los árboles amarillentos que revoloteaban por el aire, las hojas enrojecidas que bailaban locamente a lo largo de la gran avenida. Tenía la cabeza apoyada en una mano, y toda su actitud revelaba el desaliento más profundo. Realmente presentaba un aspecto tan abrumado, tan abatido, que la pequeña Virginia, en vez de ceder a su primer impulso, que fue echar a correr y encerrarse en su cuarto, se sintió llena de compasión y tomó el partido de ir a consolarlo. Tenía la muchacha un paso tan ligero y él una melancolía tan honda, que no se dio cuenta de su presencia hasta que le habló.


-Lo he sentido mucho por usted -dijo-, pero mis hermanos regresan mañana a Eton, y entonces, si se porta usted bien, nadie lo atormentará.


-Es inconcebible pedirme que me porte bien -le respondió, contemplando estupefacto a la jovencita que tenía la audacia de dirigirle la palabra-. Perfectamente inconcebible. Es necesario que yo sacuda mis cadenas, que gruña por los agujeros de las cerraduras y que corretee de noche. ¿Eso es lo que usted llama portarse mal? No tengo otra razón de ser.




6



Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica [casa]. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. [...] Miré el escenario que tenía delante -la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados- con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. […] empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales troncos, y las vacías ventanas como ojos.


7





Una noche, […] volví a sentir la misma impresión fría y extraña de mi primera noche en Bly, […]. Aún no me había ido a la cama; estaba leyendo a la luz de un par de velas. Había en la casa un cuarto lleno de viejos libros, entre las que abundaban las novelas del siglo pasado; […] recuerdo que el libro que entonces tenía en las manos era Amelia, de Fielding; también recuerdo que estaba totalmente despierta, así como la sensación de que era horriblemente tarde y mi resistencia a mirar el reloj.[...] Durante un momento me detuve a escuchar, recordando las vagas sensaciones de la primera noche, cuando me había parecido que un indefinible movimiento reinaba en la mansión, y noté que una suave brisa entraba por la ventana, agitando la persiana entreabierta. Luego […] dejé el libro sobe la mesa, me puse de pie y, tomando una vela, salí directamente de la habitación, donde mi débil luz apenas se veía, cerré la puerta y eché la llave.



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