La columna de Álvaro Campos

  Lector, personaje y transfiguración

Sebastián Toledo cc


Los grandes libros no siempre son los que tienen más de quinientas, mil o dos mil páginas. A veces, incluso, estos monstruos, por inmensos, no van más allá de un resultado baladí. A veces, en estos casos, uno no llega siquiera a terminar el libro, por lo que da igual si el final es magnífico o tiene un giro radical que remueve tripas y corazón en la página 650. Después de un camino hostil de innumerables páginas, muy bueno tendría que ser para que hiciese justicia a la extenuación que alcanzarlo ha provocado. Digamos, pues, que en lo que se refiere a libros -aunque también aplicable a la vida misma- más importa la calidad que la cantidad. Más valen ochenta páginas de un Juan Rulfo que desde el minuto uno te lleva hacia lo más profundo de un México que parece pedirte ayuda -y tú, con tal de dársela, sigues y sigues leyendo-, antes que un melodrama cuya trama no empieza hasta pasadas varias horas de lectura. La clave está ahí, en hacer mucho con poco. Y es solo en ese momento, es decir, cuando el texto está configurado con el número justo de palabras cautelosamente seleccionadas, que la lectura pone de manifiesto todos sus poderes: la evocación de sensaciones desconocidas (sin ir más lejos el otro día descubrí que se puede sentir un beso sin que unos labios rocen la piel), la "teletransportación" del lector a cualquier lugar imaginable e incluso la "transustanciación" del mismo. Sí, la "transustanciación", ese momento en que lector y personaje se convierten en un mismo ser, también es posible. Tanto es así que, en ocasiones, la unión de ambas figuras (lector y personaje) es tan sólida que cuando dejamos un momento de leer, sentimos que una parte de nosotros ha quedado ahí, junto con el personaje. Y necesitamos continuar la lectura, llegar a un desenlace que deje descansando en paz el alma del personaje; y, con ella, la nuestra. Ambas unidas por la magia de la literatura. Sin embargo, esto pocas veces se consigue, por lo que afirmar que toda novela es fuente de emociones que transforman al lector en protagonista es una generalización demasiado positiva. Pero cuando esta tesitura se da, la peripecia narrativa puede incluso hacernos reflexionar sobre nuestra propia existencia y el sentido de la vida: ¿queremos vivir para poder leer o leer para poder vivir? Si eso no es magia, ya no creo en nada. 



Álvaro Campos Marín es alumno de 2º de Bachillerato. Ha cursado sus estudios de Secundaria en el IES Alagón y actualmente se encuentra preparando la prueba de Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad. La presente columna es resultado de su experiencia como lector y de su reflexión personal a partir de la columna "Mamá", de Juan José Millás, aparecida en el diario El País, el 1 de febrero de 2019, y utilizada en una de las pruebas (modelo EBAU) que Álvaro ha realizado durante el presente curso.


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