Lector, personaje y transfiguración Sebastián Toledo cc Los grandes libros no siempre son los que tienen más de quinientas, mil o dos mil páginas. A v eces, incluso, estos monstruos, por inmensos, no van más allá de un resultado baladí. A veces, en estos casos, uno no llega siquiera a terminar el libro, por lo que da igual si el final es magnífico o tiene un giro radical que remueve tripas y corazón en la página 650. Después de un camino hostil de innumerables páginas, muy bueno tendría que ser para que hiciese justicia a la extenuación que alcanzarlo ha provocado. D i gamos, pues, que en lo que se refiere a libros -aunque también aplicable a la vida misma- más importa la calidad que la cantidad. Más valen ochenta páginas de un Juan Rulfo que desde el minuto uno te lleva hacia lo más profundo de un México que parece pedirte ayuda -y tú, con tal de dársela, sigues y sigues leyendo-, antes que un melodrama cuya trama no empieza hasta pasadas varias horas de lectura. La clave está ahí,