Brines gana el Cervantes

 "¿Es que, acaso, estimáis que por creer/en la inmortalidad,/os tendrá que ser dada?" se preguntaba Francisco Brines al inicio de uno de sus célebres poemas. Creía el poeta que la inmortalidad era obra de "la fe, del egoísmo o la desolación". 

Francisco Brines (foto de la página de la RAE)

Quizá ha sido esa fe en la palabra la que nunca lo ha abandonado y la que ayer lo acercó un poco más a esa dudosa inmortalidad contemporánea al serle concedido el Premio Cervantes 2020. Brines ha sido, hasta cierto punto, una rara avis en el panorama de la lírica española del medio siglo, dentro de la que se enmarca por edad, formación y ámbito social; pero de la que se aparta en su intimismo acérrimo, en su elusión de lo social y del compromiso político, en su tono elegíaco. Cernudiana, carnal e idealizante, de un tenue retoricismo que evita el completo alejamiento de la tonalidad coloquial, la obra de Brines emplaza a la palabra en el instante en que lo mundano transparece y se eterniza en el decir poético. "Era el ritmo muy lento, y muy secreto/ con el vigor del agua, y la presencia joven/ de la carne desnuda". En su intimismo, en su serenidad, esa voz se desdice de la confrontación, de la tensión de lo clandestino, para mostrar la exaltación triunfante del amor más allá de lo inmediato, más allá del límite de lo que se desgasta, perecedero, en el "otoño en las rosas", en el devenir de la vida. 

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